¿Alguna vez trataste de definir qué es la alegría o la tristeza? Pensa por un momento que responderías, y luego supone que podrían contestar otras personas frente a la misma pregunta. Prácticamente todos somos capaces de reconocer cuando estamos alegres o tristes. Sin embargo, aunque cada persona tiene alguna idea sobre su significado, es probable ninguno alcance a expresar de manera clara que son realmente esos estados. Lo mismo sucede para el resto de las emociones, y con el propio concepto de “emoción”. De todas formas, no te preocupes, ni siguiera los propios científicos tienen una respuesta definida. Como sucede con muchos conceptos dentro de la Psicología, no existe una definición universal y consensuada sobre el significado de la palabra emoción.
La American Psychological Association define a las emociones como un patrón de reacción complejo, que incluye elementos experienciales, conductuales y fisiológicos, mediante el cual un individuo intenta lidiar con un asunto o evento personalmente significativo. También, podemos decir que las emociones son una manera de etiquetar a un conjunto de procesos caracterizados por formas subjetivas de comportarse, sentir y pensar, acompañados por una serie de cambios autónomos en el cuerpo que sostienen determinados patrones de comportamiento (Greenberg, 2021).
Profundizando aún más
Aunque dijimos que no hay una única definición, podemos observar características comunes en todos los intentos de conceptualizarla. Es así como podemos afirmar que las emociones son una respuesta subjetiva compleja y multidimensional que involucra por lo menos 4 componentes. El componente fisiológico comprende la actividad de los sistemas nervioso central, autónomo y endócrino. Se manifiestan en respuestas como la frecuencia cardíaca y respiratoria, la sudoración, la vasoconstricción arterial, la tensión sanguínea, el tono muscular, etc. Todas esas respuestas las percibimos como sensaciones físicas, de las cuales podemos o no ser conscientes.
El componente cognitivo es la vivencia subjetiva que permite tomar conciencia de la emoción que se está experimentando y etiquetarla en función del dominio del lenguaje. El componente conductual es la expresión o manifestación externa de las emociones, el cual habilita la dimensión social de las mismas. Por último, el componente social nos permite comprender los vínculos interpersonales y el contexto en que se producen las emociones.
Imagina por un momento la siguiente escena: una persona acaba de cortar con su pareja, terminando una relación de 5 años de noviazgo. Al principio se siente decaída, sin fuerzas, le pesa el cuerpo, tiene ganas de llorar y dormir (componente fisiológico). También, tiene recuerdos felices y tristes de su pareja, puede generar pensamientos de culpa o remordimiento, sentir una autoestima baja y ver el futuro de color negro (componente cognitivo). Frente a todo esto, se refugia en su habitación, no quiere salir y estar en contacto con otras personas. Come helado de chocolate y pasa horas enteras viendo televisión (componente conductual). Por último, se aísla y deja de comunicarse con su red de familiares y amigos, pero al mismo tiempo quiere que alguien le dé un abrazo sin decirle nada (componente social).
¿Para qué sirven las emociones?
Desde un punto de vista funcional, las emociones evolucionaron para ayudar a los animales a lidiar con las tareas fundamentales de la vida y dirigir su conducta mediante propósitos adaptativos: protección, destrucción, reproducción, reunión, afiliación, rechazo, exploración y orientación. Del mismo modo, los seres humanos desarrollaron reacciones emocionales adaptativas propias para cualquier suceso significativo de la vida moderna. Desde el modelo de Lazarus (1999), se pueden analizar las emociones según la valoración o significado que cada persona le asigna a sus vivencias en función de los elementos propios o del entorno. La suma de estos significados se la conoce como tema y suele compartirse dentro de una misma cultura. Por ejemplo, el tema de la ira sería una “situación o experiencia que resulta ofensiva o degradante para mí o para mis seres queridos”.
No juzgues a la ligera
Podemos afirmar que las emociones no son ni buenas ni malas desde el momento en que asumimos que son el resultado de la interacción de una persona con su entorno. Todas las emociones sirven para dirigir la atención y canalizar los comportamientos hacia donde se requiera, en función de las circunstancias particulares. Por ejemplo, el miedo facilita la protección frente al peligro, y el asco la repulsión de elementos contaminados potencialmente peligrosos. En cambio, resulta útil reflexionar si nuestras emociones son adaptativas o desadaptativas para nosotros mismos o nuestro entorno.
Por ejemplo, la alegría de ganar un premio en el casino puede llevar a una persona a volverse más impulsiva y perderlo todo. O, la rabia ante una situación social injusta puede provocar el comienzo de una transformación cultural. En estos casos, no podemos decir que la alegría es buena y la rabia mala, porque la primera tiene consecuencias negativas para la persona y la segunda puede iniciar el camino para adquirir nuevos derechos. Por eso, es importante el desarrollo de la capacidad que tienen los seres humanos para regular sus emociones, y poder influir qué emociones experimentan, en qué momento las vivencian y de qué manera las expresan (Gross, 2014).
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